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viernes, 4 de mayo de 2018

UN PASEO POR LA HISTORIA DE LAS GEISHAS


Vamos a dar un paseo por la historia de las geishas que, con su rostro blanquecino, sus labios de rojo brillante, sus elaborados peinados y sus vistosos kimonos, siempre han tenido un aura de misterio que ha despertado el interés de todos los que se han acercado a este mundo tan particular, pero ¿cuándo y cómo aparecieron las geishas? ¿cómo se han convertido en lo que son hoy en día?
Veréis que empezamos a hablar de mujeres que, en principio, puede parecer que no tienen nada que ver con las geishas y que damos bastante detalle acerca de los barrios de placer, donde se desarrollaba la prostitución. ¡Pero tened paciencia, que todo ello es necesario para conocer los orígenes y evolución de las geishas!

Vamos a crear unos barrios de placer



Las geishas, tal y como las conocemos hoy en día, son relativamente modernas, ya que las primeras noticias que tenemos de ellas datan de 1700, pero en Japón ha habido mujeres que han realizado labores similares a las de las geishas desde antes de esa fecha. Hablamos de las saburuko de finales del siglo VII y de las shirabyōshi, en el siglo XII.
Las saburuko (que podría traducirse como “las que sirven”) eran generalmente mujeres sin hogar estable, que subsistían a base de vender favores sexuales. Por lo general eran de clase extremadamente baja, aunque algunas contaban con talento y buena educación, y solían asistir con cierta frecuencia a reuniones de las clases altas para amenizar las veladas con sus bailes y con sus canciones.
Las shirabyōshi, cuyo nombre proviene del baile que realizaban, surgieron en un momento de grandes cambios sociales, el periodo Heian, en el que muchas familias nobles tuvieron problemas económicos y la única manera de subsistir que tenían las hijas de estas familias era convertirse en shirabyōshi. Al ser de buena familia, tenían una educación exquisita y pronto comenzaron a ser muy valoradas por sus dotes para la poesía y el baile. Las canciones y bailes de estas mujeres solían tener, además, una importante carga erótica.
Gráfico de la historia de las geishas
Saltamos en el tiempo hasta 1589. Gobierna Japón Hideyoshi Toyotomi, y en ese año, uno de sus favoritos, Saburoemon Hara, le pide permiso para abrir un burdel, que ya está bien de tener todo este negocio de la prostitución tan poco organizado. Hideyoshi le concede la licencia y se empieza a construir entonces un pequeño barrio cercado por vallas en la zona de Nijō Yanagimachi, en Kioto, al estilo estilo de los barrios de placer de la dinastía Ming en China, y es que todo está ya inventado.
Este se convertiría en el primero de los barrios de placer de Japón y el invento tuvo un éxito tal, como casi cualquiera podría haber predicho, que muchas otras ciudades siguieron la estela y abrieron sus propios barrios. La leyenda cuenta que el mismo Hideyoshi Toyotomi solía disfrazarse y entrar a escondidas en el barrio, para disfrutar de sus placeres con algo de privacidad.
En 1641 este primer barrio de placer de Kioto se traslada al sur de la ciudad ya que se encontraba demasiado cerca del Palacio Imperial, y es que pese a la actitud más permisiva de los japoneses frente al sexo, una cosa es ser abiertos de mente y otra muy diferente mezclar la corte con las bajas pasiones. Fue entonces cuando se le empezó a conocer como el “Shimabara de Kioto” (llamado así porque su única puerta de entrada al parecer se asemejaba a la fortaleza de Shimabara, en la isla de Kyūshu). El barrio continuó prestando sus carnales servicios, con gran prosperidad y fama especialmente durante el periodo Genroku japonés hasta que en 1854 sucumbió pasto de las llamas.
Puerta de entrada a Shimabara
Puerta de entrada a Shimabara en la actualidad
El éxito de Shimabara hizo que se empezaran a crear otros barrios de placer por todo el país, ya que los avispados japoneses de la época se dieron cuenta de que ahí había negocio. De todos los que se crearon, podemos citar Shinmachi en Osaka o Maruyama en Nagasaki, pero sin duda uno de los más famosos y activos fue Yoshiwara, que se encontraba en Edo, nombre que tenía por aquel entonces la ciudad que hoy conocemos como Tokio.
Su historia se remonta a 1612, cuando Shoji Jimenon, propietario de un burdel en Edo, pidió al gobierno Tokugawa la creación de una zona vallada al estilo de Shimabara para agrupar a todas las prostitutas y a todos los burdeles. Los motivos no tuvieron nada que ver con la moral o las buenas costumbres, ni mucho menos, sino que fueron económicos y políticos.
Y es que la creación de un barrio de placer vallado conseguía dos cosas (o así lo vendió Jimenon): evitar la proliferación no controlada de prostitutas, que lógicamente tenía un efecto pernicioso para el negocio de los propietarios de los burdeles, ya que los precios tendían a bajar al haber oferta “pirata” y mantener a todos los elementos considerados subversivos para el régimen concentrados en un único lugar en el que se les pudiera vigilar fácilmente. La petición le fue concedida en 1617, otorgándole una superficie de terreno de casi 48.000 metros cuadrados para construir el barrio (como unos 11 campos de fútbol), teniendo que atenerse a una serie de normas:
  • No se permitiría ni la existencia de burdeles fuera del barrio ni que las cortesanas o prostitutas trabajaran fuera de él.
  • No se permitiría a ningún invitado permanecer en un burdel más de 24 horas seguidas.
  • No se permitiría a las cortesanas llevar vestidos lujosos con bordados de oro y plata. Dondequiera que estuvieran, tenían que llevar ropas sencillas.
  • Los edificios del barrio no podrían tener una apariencia llamativa y sus habitantes deberían cumplir con los mismos deberes que los residentes normales de otras zonas de Edo.
No eran condiciones difíciles de asumir, así que dicho y hecho, se pusieron manos a la obra y en noviembre de 1618 Yoshiwara abrió sus puertas, aunque no se completó su construcción hasta 1626, y es que en Japón también les gustaba aquello de inaugurar las cosas mucho antes de que estuvieran terminadas.
Hablamos aquí de barrios de placer y de cortesanas, y es que la prostitución regulada era el negocio principal, pero con el tiempo, acabarían teniendo cabida otros aspectos alejados del disfrute carnal tales como la música, los bailes, y otras formas de arte.

El mundo flotante y las geishas

Pongámonos en situación, los barrios de placer ya hace tiempo que funcionan y están extendidos por todo el país. Las clases altas, como los samuráis, tienen sueldos fijos que son claramente insuficientes debido a la inflación y empiezan a pedir dinero prestado a comerciantes y prestamistas que gracias a esto empiezan a amasar grandes fortunas. Pese a la distancia física de Japón con el resto del mundo Occidental, no ocurre nada que nos sorprenda.
¿Y cuál fue la solución del gobierno para mantener las diferencias de clases? Lo único que se les ocurrió fue promulgar edictos y leyes que prohibían a los miembros de las clases bajas (exacto, esos comerciantes y prestamistas que se estaban haciendo de oro) demostrar que tenían más dinero que las teóricamente clases altas, es decir, vestir ropajes de seda, vivir en casas de tres pisos, o decorar sus viviendas con oro y plata, entre otras cosas, que era justo lo que hacían con todo el dinero que ganaban. Así intentaban tener contentos a los samuráis, que no conviene soliviantar a los que portan armas, no vaya a ser que se enfaden mucho y la liemos.
Los comerciantes y prestamistas, entonces, al ver que podían ver como les confiscaban todas sus posesiones si incumplían estas leyes, decidieron gastarse el dinero en algo que no fuera a una posesión material y que, por tanto, no fuera ilegal. Así, se convirtieron en grandes patronos de los barrios de placer.
El shōgun, cuando autorizó los barrios de placer, quería ocultar el vicio y mantener bien controlados a sus protagonistas, pero todo este lío de las leyes para mantener las distinciones entre clases hizo que la saliera el tiro por la culata. En lugar de mantener ese vicio controlado y oculto, lo que se consiguió fue convertir los barrios de placer en los lugares de moda y más interesantes de la ciudad, que además no sólo ofrecían sexo sin compromiso, amoríos de una noche o una gran cantidad de placeres sensoriales, sino también elegancia, cultura y refinamiento.
En 1661, el escritor Ryoi Asai acuñó una palabra para esta nueva forma de vivir: ukiyo, el mundo flotante, que es de donde procede el término ukiyo-e, o pinturas del mundo flotante, grabados en madera de cortesanas, prostitutas, y más tarde de geishas. En el pasado, la palabra ukiyo había sido un término budista que hacía referencia a la transitoriedad de la vida. El término, sin embargo, tomó un nuevo cariz en la obra de Ryoi. La vida es ciertamente transitoria, así que, ¿qué mejor manera de vivirla que entregarse a la búsqueda del placer?.

Cortesanas de todo tipo en los barrios de placer

En estos barrios de placer había muchas clases diferentes de cortesanas, conocidas en general bajo el nombre yūjo. Como hemos dicho, una cortesana era una prostituta, pero dicho en plan más fino, no vaya a ser que alguien se ofendiese.
Había diferentes clases de cortesanas, en función de las capacidades artísticas de cada una, de la belleza, del dinero que ganara para sus patronos, etc., y además no eran clases cerradas ya que las muchachas podían ir subiendo de clase a medida que ganaban en popularidad o que mejoraban sus dotes artísticas. Así, estos barrios de placer daban servicio a un público muy diverso, ya que tanto si llegaba un samurái con poco dinero como si el cliente era un acaudalado prestamista, siempre había una cortesana adaptada a sus posibilidades monetarias, para que ningún cliente se marchara insatisfecho. Visión de negocio no faltaba, desde luego.
Cortesanas (prostitutas) de Yoshiwara.
Cortesanas (prostitutas) de Yoshiwara. Imagen de Wikipedia.
La clase más alta a la que podía aspirar una cortesana eran la de tayū, y en los primeros días de los barrios de placer, todas las cortesanas de este nivel eran mujeres excepcionales, de gran belleza y talento, pero aunque las trataban casi como a miembros de la realeza, no eran más que pájaros enjaulados con un sinfín de reglas y obligaciones que cumplir si no querían verse expulsadas de esta clase y perder el estatus. Eso sí, tenían la posibilidad de rechazar a cualquier cliente que no desearan y cada una contaba con dos jóvenes sirvientas, las kamuro, a las que trataban de educar en las costumbres y maneras de ese mundo flotante tan particular (elemento que inequívocamente nos recuerda a la estructura fraternal y matriarcal del mundo de las geishas).
Pero acceder a una de estas tayū era muy costoso, y además, hasta que el cliente conseguía consumar el acto sexual, había muchas actividades previas y mucho ritual, que si ahora vamos a un banquete, que si vamos a ver bailes tradicionales, o tal vez a escuchar unas canciones, etc., y poco a poco la demanda empezó a fluir hacia otras clases de cortesanas más baratas y menos rígidas. Pero los dueños de los burdeles no querían perder dinero, así que fueron subiendo de categoría a ciertas chicas y creando clases nuevas, pero con tanto cambio lo que se consiguió al final fue que las cortesanas incluso de las clases más altas no tuvieran ninguna capacidad artística y que los clientes no esperasen de ellas más que sus favores sexuales, quedando así despojadas de todo arte.
Esto es más importante de lo que parece, ya que al dejar las cortesanas de lado la faceta artística, se abría la posibilidad de que otro grupo de personas se aprovechara de esto y comenzara a entretener con su arte a los clientes, pero de forma legal, claro, y sin contacto íntimo y con menos rigidez. Pero no adelantemos acontecimientos.
Procesión Oiran Dochu
Procesión Oiran Dochu en la que se recrea una procesión de cortesanas tradicionales del periodo de Edo. © yukihipo / Shutterstock.com

Se allana el camino para las geishas

A mediados del siglo XVIII, en las casas de té que hay alrededor de los templos sintoístas de Kioto y Osaka aparecen unas mujeres que se encargan de entretener a los peregrinos y viajeros, y sin duda, estas “animadoras” pueden considerarse hoy las precursoras más directas de las geishas, al menos en su vertiente femenina.
Digo esto porque en realidad las primeras geishas eran hombres que previamente habían formado parte del grupo conocido como taikomochi (que podría traducirse como “el que lleva un tambor”). Estos hombres llevaban haciendo su trabajo dentro de los límites de los barrios de placer desde un siglo atrás y se dedicaban a entretener a sus clientes con baile, música y conversación en los banquetes que estos tenían con sus cortesanas, antes de retirarse a disfrutar con ellas de los placeres carnales.
Y hasta 1750 no encontramos a la primera geisha mujer, que ni siquiera lo era como tal, ya que realmente era una cortesana que se autoproclamó geisha. Kikuya se llamaba y se hizo famosa sobre todo por sus dotes para el shamisen y el canto, más que por sus dotes carnales.
El desarrollo de las geishas femeninas, de hecho, estuvo conectado fuertemente con la introducción del shamisenhacia mediados del siglo XVI. Este instrumento de tres cuerdas se volvió extremadamente popular a lo largo y ancho de Japón gracias a que era relativamente sencillo de tocar y era el acompañamiento perfecto a muchas de las canciones populares de la época. Y aunque muchas de las cortesanas pronto incluyeron el shamisen entre sus habilidades, con el tiempo lo dejaron de lado o simplemente con tanto movimiento entre las diferentes clases de cortesanas su uso se perdió, dando vía libre a las geishas hombres para dedicarse a la parte musical del entretenimiento y más tarde fueron las geishas femeninas las que finalmente se convirtieron en las maestras de este instrumento de tres cuerdas.
geishas en casa de té
Ukiyoe de Hiroshige Ando (circa 1840) en el que aparecen geishas en una casa de té.
Otro punto importante en el desarrollo de las geishas femeninas fue la aparición de las odoriko. Hacia el año 1680 comenzó a ser frecuente que muchas jovencitas fueran enviadas por sus padres a recibir clases de baile, para poder obtener dinero a cambio de estos servicios, muy populares entre los daimyō y los samuráis de clase más alta. Originalmente estas jovencitas no comerciaban con favores sexuales, pero en vista del dinero que los señores feudales estaban dispuestos a pagar por su compañía, muchos padres sin escrúpulos fueron explotándolas más y más hasta que muchas de ellas se convirtieron en meras prostitutas que sabían bailar.
En 1743 un grupo de odoriko de Edo fue arrestado junto con otras prostitutas ilegales y se les envió a trabajar a Yoshiwara. Asimismo, en 1753 otro grupo de odoriko fue enviado a trabajar dentro de los muros del barrio de placer, ya que eso de ofrecer servicios sexuales no regulados estaba muy mal visto y eran muy malo para el negocio. Fue en esa época cuando estas mujeres, aunque todavía prostitutas, comenzaron a autodenominarse “geishas”, pues sabían hacer más cosas y con más estilo que las cortesanas. Y finalmente las geishas sólo se encargaron de la parte artística del entretenimiento en los barrios de placer.
Al contrario que las cortesanas, las geishas eran mujeres independientes e inteligentes que vivían de sus dotes artísticas y de su ingenio, sin estar sujetas a rígidos formalismos. Podían relacionarse sexualmente cuando quisieran y con quien quisieran y no estaban obligadas a vivir en los barrios de placer. Shimabara fue uno de los primeros barrios en unirse a la moda de las geishas y aunque Yoshiwara tardó una década, finalmente sucumbió a la presión.
Rápidamente, las geishas femeninas u onna geisha sobrepasaron en número a las geishas masculinos y el término pronto pasó a referirse sólo a mujeres, con lo que los hombres que se dedicaban a este trabajo fueron entonces llamados otoko geisha, es decir, hombres geisha. Con la desaparición de las tayū, además, las geishas se colocaron en el ojo del huracán y en 1779 se habían vuelto tan populares y demandadas que se habían convertido incluso en rivales de las cortesanas, robándoles muchos de sus clientes, y eso que ellas no comerciaban con el sexo.
Estaba claro que todo esto era un polvorín, ya que los propietarios de los burdeles veían como sus ingresos caían, y encima las geishas no pagaban impuestos y podían entretener a los clientes fuera de los barrios de placer, con lo que muchos ni siquiera entraban luego a buscar cortesanas. La solución que se le ocurrió a uno de estos pobres propietarios en Yoshiwara fue la de crear un registro o kenban que tuviera a todas las geishas controladas y organizadas, con unas normas y regulaciones estrictas de obligado cumplimiento. A saber:
  • Las geishas no podían salir de los barrios de placer para ejercer su trabajo, menos en el día de Año Nuevo y en el Bon Odori en julio, cuando se levantaba esta prohibición (aunque debían regresar antes de las cuatro de la tarde). Así evitaban lo que consideraban competencia desleal.
  • Las geishas tenían terminantemente prohibido vestir kimonos extravagantes y sólo podían llevar peinados de estilo sencillo, con pocos adornos en el pelo (una peineta y dos pinzas, pobrecitas, lo que tuvieron que sufrir).
  • Para evitar que adquirieran confianza con sus invitados, las geishas debían ser contratadas en grupos de tres y no se podían sentar cerca de sus clientes a no ser que no hubiera ninguna otra posibilidad. Si se sospechaba que una geisha estaba intimando demasiado con un cliente, el kenban podía abrir una investigación y la geisha podía ser suspendida de empleo durante un par de días, o incluso podía llegar a ser expulsada. Así, los clientes no perdían sus energías sexuales con las geishas, encima sin pagar, y estaban listos para contratar a las cortesanas.
  • Su horario de trabajo estaba estrictamente limitado desde el mediodía hasta las 10 de la noche, aunque posteriormente se extendió esta hora hasta la medianoche.
Este sistema de control de geishas fue tan efectivo en Yoshiwara que pronto fue adoptado en el resto de los barrios de placer. Pero de nuevo, salió el tiro por la culata y es que las reglas, aunque muy estrictas, crearon las condiciones perfectas para el despegue definitivo de las geishas porque las distinguió total y absolutamente de las cortesanas en un momento en el que la excesiva ritualización de las costumbres de estas, las conversaciones estereotipadas y la excesiva ornamentación de sus kimonos, peinados y maquillaje estaban empezando a cansar a los hombres que acudían a los barrios de placer, que buscaban algo más sencillo y terrenal, algo que encontraron en la elegancia, el ingenio, y las artes de las geishas.
A finales del siglo XIX las geishas hombres habían desaparecido y fue a partir de este momento cuando las geishas tal y como las entendemos actualmente se extendieron por todo Japón.
Un detalle que merece la pena comentar es el importante papel que desempeñaron las geishas durante la Restauración de Meiji, cuando el gobierno dejó de estar en manos de los shōgun de la familia Tokugawa y pasó nuevamente al emperador. Gran parte de los planes revolucionarios se gestaron en las casas de té, donde trabajaban las geishas, famosas por su discreción, de manera que tras el éxito de la Restauración, las geishas fueron ampliamente favorecidas por los nuevos estamentos japoneses, como agradecimiento, pasando muchas de ellas a ser las concubinas de los nuevos hombres fuertes del gobierno surgido de la Restauración. Y es que en Japón, tener una concubina nunca estuvo mal visto.

Las geishas en la época moderna

Cuando hoy vemos a las geishas, con sus kimonos, su estética y su dominio de artes tradicionales, podemos perder de vista que, al principio, eran símbolos de modernidad. Y aunque nos cueste creerlo, fueron ellas las que marcaron las tendencias de la moda; fueron las primeras que, con la apertura de Japón hacia Occidente, empezaron a peinarse y a vestir como hacían las mujeres de esos países con los que Japón empezaba a tener trato. Pero entonces surgieron las hostesses, unas “camareras” de estilo occidental que también entretenían a los clientes, pero sin el entrenamiento riguroso en artes tradicionales de las geishas y en bares más modernos que las tradicionales casas de té.
Parecía que las geishas podían correr el mismo destino con las hostesses que en el pasado las cortesanas corrieron con ellas, así que se dieron cuenta de que si querían sobrevivir, tenían que dar un giro de 180 grados y así, se convirtieron en depositarias de las tradiciones japonesas más antiguas. De hecho, es raro ver hoy en día a una japonesa vestida de kimono y cada día hay menos gente que sepa tocar el shamisen o realizar apropiadamente la ceremonia del té, mientras que para una geisha, todo esto es su pan de cada día.
Geishas en Gion, Kioto
Geishas en Gion, Kioto
Las hostesses, además, aprovecharon el cierre de los barrios de geishas durante la Segunda Guerra Mundial para convertirse en las principales animadoras, por lo que cuando volvieron a abrirse los negocios dentro de estos barrios, las geishas eran poco más que un recuerdo del pasado, una institución que mantenía vivas las artes tradicionales, sin más. Y por si fuera poco, tras la guerra, se promulgaron nuevas leyes que regulaban la prostitución y el entretenimiento, lo que supuso el final de algunas costumbres bastante arraigadas como por ejemplo la de que algunas familias rurales de pocos medios vendieran a sus hijas a una casa de geishas o la del mizuage o desfloración de la aprendiza de geisha por un patrono a cambio de una cantidad de dinero generalmente bastante alta.
Con la ocupación americana, las geishas vivieron momentos tensos y duros, ya que muchas prostitutas, para atraer con más facilidad a los soldados americanos, empezaron a decir que eran geishas, ya que aunque poco se sabía en Occidente acerca de su verdadera naturaleza, su existencia era plenamente conocida pero estaba asociada a un tipo de prostitución de gran exotismo. En cierto modo, esta confusión continúa viva en la actualidad, ya que sigue habiendo mucha gente que confunde geisha y prostituta.
Hoy en día, por tanto, la vida de una geisha es totalmente diferente a como era en el pasado. Actualmente las chicas que se convierten en geishas lo hacen por voluntad propia, no por una transacción monetaria entre sus familias y las casas de geishas y generalmente no permanecen en este trabajo demasiado tiempo, ya que es una vida muy dura.
Pero lo que más cabe destacar es la tendencia que en las últimas décadas ha golpeado con dureza a la comunidad de geishas: la drástica reducción del número de aprendizas y de geishas profesionales. Muy pocas japonesas se muestran receptivas hoy en día ante la idea de dedicar sus años de juventud al estudio y al perfeccionamiento de unas artes tradicionales, cuando para entretener a un cliente existe una forma más fácil y con una carrera por delante mucho menos exigente, las ya mencionadas hostesses.
Los distritos de geishas de Kioto aún tienen aprendizas o maikos, porque su apariencia sigue siendo popular entre los turistas, pero hay pocas. Así, la gran mayoría de las chicas que están interesadas en esta vida pasan cuatro o cinco años como maiko y luego vuelven a su vida normal. Otras, sin embargo, sobre todo en áreas como Tokio, se convierten directamente en geishas, sin pasar por la fase de aprendiza.
Con una aprendiz de geisha en el restaurante Ikinariya, Niigata
Con una aprendiz de geisha en el restaurante Ikinariya, Niigata
Otro factor que ha contribuido al declive de las geishas ha sido la disminución de la demanda y es que a medida que Japón se vuelve más occidental, los hombres prefieren cada vez más la compañía de las hostesses. Y no sólo por los altísimos precios de pasar una velada con una geisha, que también, sino porque se sienten más relajados en compañía de una camarera moderna, ya que las geishas tienen unos rituales tan elaborados y marcados que recuerdan a los que en su día tuvieron las tayū y muchos hombres de negocios no son lo bastante sofisticados para sentir que están a la altura de una geisha.
Japón es un país orgulloso de su mezcla de tradición y modernidad, pero la presión occidental está haciendo mella en la sociedad. ¿Desaparecerán las geishas? ¿O simplemente se adaptarán a los nuevos tiempos y cambiarán su estilo, como ya hicieron en el pasado? La respuesta a estas preguntas se esconde en el futuro. No podemos hacer más que esperar y ver.

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